Las Máximas del Maestro Han Shan (Un Viaje a la Tierra de los Sueños) · 1º Parte - Hortensia De la Torre (Maestra Yin Zhi Shakya)
1. Cuando predicamos el Dharma a aquéllos que solo ven el mundo ilusorio del ego, predicamos en vano. Igual nos daría predicar a un muerto.
Que tontos son aquellos que se alejan de lo que es real, verdadero y duradero y en cambio persiguen las formas fugaces del mundo material, formas que son simples reflejos en el espejo del ego. Sin preocuparse por mirar más allá de las superficies, los seres engañados se sienten satisfechos atrapando unas cuantas imágenes. Piensan que la incesante energía que fluye de la vida puede ser transformada en formas, a las cuales pueden dar nombre y valor, y entonces, como grandes señores, ejercer dominio sobre ellas.
Los objetos materiales son como cosas muertas y el ego no puede darles vida. Así como el gran señor está por su misma identidad aferrado a su reino, el ego, cuando se aferra a objetos materiales, dirige un reino de muertos. El Dharma es para los vivos. Lo permanente no puede habitar en lo efímero. No puede encontrarse la verdadera y duradera alegría en la ilusión cambiante del ego. Nadie puede beber agua de un espejismo.
2. Hay también aquéllos que, proclamando la Iluminación, insisten en que entienden la naturaleza no-material de la realidad. Alardeando que la enfermedad del materialismo no puede infectarlos, intentan demostrar su inmunidad huyendo cuidadosamente de todo goce terrenal. Pero ellos también están en la oscuridad.
3. Tampoco están en lo correcto aquellos que se dedican a develar el fraude de cada objeto sensorial que encuentran. Es cierto, las percepciones de los objetos materiales dan lugar al deseo salvaje en el corazón. Es cierto, una vez se entiende que tales objetos carecen verdaderamente de valor, los deseos salvajes se reducen a tímidos pensamientos. Pero nosotros no podemos limitar nuestra práctica espiritual a la disciplina de desenmascarar la ilusión. Hay más al Dharma que el entender la naturaleza de realidad.
4. ¿Cuál es la manera mejor de deshacernos de nuestra atadura a las cosas materiales?
Primero, necesitamos una espada bien afilada, la espada de la discriminación, una que corte a través de las apariencias para exponer lo real. Empezamos haciendo progreso al notar cuan rápido nos desencantamos con las cosas materiales y qué pronto nuestros placeres sensoriales también se funden en el descontento. Con atención persistente afilamos y pulimos esta espada. Muy pronto encontramos que rara vez la usamos. Hemos doblegado los viejos deseos y los nuevos no se atreven a molestarnos.
5. Los verdaderos buscadores del Dharma que viven en el mundo utilizan su actividad diaria como una herramienta para pulir. Exteriormente pueden parecer estar muy ocupados, como el pedernal golpeando contra el acero, levantando chispas por todas partes. Pero interiormente ellos crecen silenciosamente. Porque aunque pueden estar trabajando muy duro, ellos están trabajando por el trabajo en si mismo y no por las ganancias que les traerá. Desprendidos de los resultados de su trabajo, transcienden lo frenético para alcanzar la tranquilidad esencial del Camino. ¿Acaso una voraz y poderosa corriente de agua no levanta chispas a su paso, mientras que a su vez pule con suavidad cada piedra que encuentra en su camino?
6. En el mundo ilusorio del ego, todas las cosas fluyen. Pero el cambio continuo es el caos constante. Cuando el ego se ve como el centro de tanta actividad revuelta, no puede experimentar la armonía cósmica.
Por ejemplo, al decir del ego un huracán es un fenómeno devastador, pero en lo que refiere al universo, es un evento absolutamente natural, un eslabón en la cadena sin fin de causas y efectos. El universo, al no tener ego, continúa su existencia sin emitir juicios sobre huracanes o brisas del océano.
Cuando estamos vacíos de ego, nosotros también podemos aceptar tranquilamente los eventos variables de la vida. Cuando dejamos de hacer distinciones llenas de prejuicios - manso o áspero, bonito o feo, bueno o malo - una quietud pacífica permeará nuestra mente. Si no hay ego, no hay agitación alguna.